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Rezension Diverdi Magazin 189 / febrero 2010 | Pablo Batallán | 1. Februar 2010 Un camino propio
La obra de Bohuslav Martinu es una caja de sorpresas para el aficionado. Los discos se suelen portar bien con el músico bohemio muerto en Suiza y de vez en cuando aparecen cosas nuevas, inéditos interesantes o versiones distintas que renuevan nuestra visión de obras ya conocidas. Además, el autor de Pasión griega ba tenido estupendos valedores discográficos, de Kubelik a Beloblávec entre los directores pero también grupos de cámara, solistas, checos casi todos, es verdad, con excepciones cuino la del grande y benemérito Mackerras – su disco con fragmentos de Julieta aparecido recientemente en Supraplion es impagable – o Neeme Järvi y Walter Weller con sus integrales sinfónicas. A ellos se simia ahora Vladimir Ashkenazy. como recogiendo el relevo de Christopher Hogwood, quien grabó para Arte Nova algunas piezas de Martinu con la Orquesta de Cámara de Basilea. Y se dice esto porque el ruso nacionalh.ado islandés se pone aqui al trente de la Orquesta Sinfónica de la misma ciudad suiza, aquella que en la Fundación Paul Sacher conserva el legado de Martinu, ese estudiado a fondo por Harry Halbreicht, quien lo ordenó definitivamente y ahora tiene el honor de ver asociada la H de su apellido a cada obra del compositor.
Este disco reúne dos conciertos para piano y orquesta. El Segundo se estrenó en Praga en 1935 – por Rudolf Firkusny y la Filarmónica Checa dirigida por Vaclav Talich. El mismo pianista lo reestrenaría igualmente en 1944 en Nueva York tras la revisión a que lo sometiera el autor, quien va pensó en ella nada mas escuchar por la radio, desde Paris, la première. El Cuarto se subtitula Incantation y es una obra espléndida. Es cierto que el Segundo es el mas conocido de los suyos pero este postrero, con la originalidad de los dos movimientos, la lírica exultante de alguno de sus episodios – ese estallido orquestal en el primer movimiento, por ejemplo – que recuerdan a Janácek, que hacen pensar en la dialéctica entre la plenitud inferior y la imposibilidad de volver a la patria, es ciertamente único en su género. Y, por otra parle, muy siglo XX, para entendernos, muy de esa onda estética que fundiendo neoclasicismo y eso que llamamos modernidad elude la vanguardia – no podía ser de otro mudo – para autoafirmarse en una suerte de discurso propio bien seguro de si a pesar de todo. Lo estrenarían, en Nueva York, Firkusny y Stokowski en 1956. Junto a los dos conciertos hallamos además una preciosa Obertura de 1953, de raigambre neoclásica – neobarroca más bien pues el pretexto son, con aplastante evidencia, tos conciertos de Brandenburgo de Bach – pero con un lenguaje que no puede ser más del autor y de esa su época final. Y como obra mas conocida del programa, quizá una de las cumbres de toda la producción de Marrinu, Los frescos de Piero della Francesca, de 1955, dedicada a Rafael Kubelik y estrenada bajo su dirección por la Filarmónica de Viena en el Festival de Salzburgo de 1956.
Las versiones de los dos conciertos están protagonizadas por un pianista nuevo para quien esto escribe, el suizo Robert Kolinsky, quien negocia las obras con la soltura propia – en lo técnico y estilístico – de alguien que ha estudiado con Jan Panenka y, a lo que se ve, asimilado a la perfección sus enseñanzas. Ashkenazy, por su parte, acompaña con excelencia en las obras concertantes y firma grandísimas versiones de la Obertura y Los frescos, haciendo sonar estupendamente a la orquesta suiza – se ha convertido en un trotamundos, de Praga a Tokio, de Sidney a Helsinki, de Londres a Basilea – , demostrando de nuevo tras su Asrael qué bien le va con este interés suyo por repertorios poco habituales y sumándose, en defintiva, a los grandes directores que se comprometieron con esca música tan hermosa y tan ilustradora de lo que han sido tos avalares de la cultura europea del pasado siglo. Un gran disco.
Este disco reúne dos conciertos para piano y orquesta. El Segundo se estrenó en Praga en 1935 – por Rudolf Firkusny y la Filarmónica Checa dirigida por Vaclav Talich. El mismo pianista lo reestrenaría igualmente en 1944 en Nueva York tras la revisión a que lo sometiera el autor, quien va pensó en ella nada mas escuchar por la radio, desde Paris, la première. El Cuarto se subtitula Incantation y es una obra espléndida. Es cierto que el Segundo es el mas conocido de los suyos pero este postrero, con la originalidad de los dos movimientos, la lírica exultante de alguno de sus episodios – ese estallido orquestal en el primer movimiento, por ejemplo – que recuerdan a Janácek, que hacen pensar en la dialéctica entre la plenitud inferior y la imposibilidad de volver a la patria, es ciertamente único en su género. Y, por otra parle, muy siglo XX, para entendernos, muy de esa onda estética que fundiendo neoclasicismo y eso que llamamos modernidad elude la vanguardia – no podía ser de otro mudo – para autoafirmarse en una suerte de discurso propio bien seguro de si a pesar de todo. Lo estrenarían, en Nueva York, Firkusny y Stokowski en 1956. Junto a los dos conciertos hallamos además una preciosa Obertura de 1953, de raigambre neoclásica – neobarroca más bien pues el pretexto son, con aplastante evidencia, tos conciertos de Brandenburgo de Bach – pero con un lenguaje que no puede ser más del autor y de esa su época final. Y como obra mas conocida del programa, quizá una de las cumbres de toda la producción de Marrinu, Los frescos de Piero della Francesca, de 1955, dedicada a Rafael Kubelik y estrenada bajo su dirección por la Filarmónica de Viena en el Festival de Salzburgo de 1956.
Las versiones de los dos conciertos están protagonizadas por un pianista nuevo para quien esto escribe, el suizo Robert Kolinsky, quien negocia las obras con la soltura propia – en lo técnico y estilístico – de alguien que ha estudiado con Jan Panenka y, a lo que se ve, asimilado a la perfección sus enseñanzas. Ashkenazy, por su parte, acompaña con excelencia en las obras concertantes y firma grandísimas versiones de la Obertura y Los frescos, haciendo sonar estupendamente a la orquesta suiza – se ha convertido en un trotamundos, de Praga a Tokio, de Sidney a Helsinki, de Londres a Basilea – , demostrando de nuevo tras su Asrael qué bien le va con este interés suyo por repertorios poco habituales y sumándose, en defintiva, a los grandes directores que se comprometieron con esca música tan hermosa y tan ilustradora de lo que han sido tos avalares de la cultura europea del pasado siglo. Un gran disco.